Es posible que a estas alturas ya se haya dicho todo sobre Mujercitas, y aún así las adaptaciones continúan, se van sumando nuevos lectores y se mantiene en el corazón y las re lecturas de sus fieles seguidores.
De que va.
Mujercitas cuenta la historia de cuatro hermanas, Meg, Jo, Beth y Amy March, en su paso de la infancia a la madurez, a través de diferentes anécdotas de la vida cotidiana que va poniendo a prueba su naturaleza humana y forjando así su carácter, muy diferente entre las cuatro.
La familia perdió su fortuna, pero no así su integridad, algo que Marmee, la madre de las cuatro chicas, predica con mucha sabiduría y que difunde más allá de su casa, especialmente hacia Laurie, su joven y excéntrico vecino que ha llegado a la familia March para quedarse en el corazón de todos sus miembros.
A lo largo de los años, ellas irán creciendo, los sueños irán cambiando, pero el amor que se tienen como familia deberá permanecer intacto.
Desechar todos los regalos que nos brinda la vida porque no nos da el que queremos es una mezquinidad.
Si no han leído el libro, no han visto ninguna de las adaptaciones al cine, no tienen ni la menor idea de cómo va la historia y tienen inconveniente con los spoilers, los detengo aquí porque no creo que me sea posible evitar hacer algunos comentarios al respecto que puedan echar a perder su experiencia con el libro; si por lo demás no te importa, sigue adelante.
#MiHumildeOpinión
Estamos en 2020, acostumbrados a leer cada vez más sobre personajes femeninos fuertes, independientes, que se salen del molde, quizá hoy Jo March ya no resulte tan irreverente como lo fue para las mujeres que la leyeron por primera vez en 1868, y aún así, sigue siendo un personaje al que aspiramos después de 152 años, por eso me parece que Mujercitas es un clásico que seguirá vigente, mientras existan pautas impuestas a lo que a “ser mujer” se refiere.
Es importante que leamos este libro con el filtro de la época en la que se escribió, la guerra de secesión estadounidense y la victoriana, un momento de la historia que se extendió más allá del imperio británico, en donde la moralidad y las buenas costumbres era muy valiosas (claro, de puertas hacia afuera) y en donde se popularizaron los manuales de comportamiento para señoritas, esto junto al género de la novela, es muy palpable a lo largo del libro, que siempre busca transmitir una moraleja y un forma prudente de actuar de acuerdo a las leyes de Dios.
En Mujercitas no hay villanos, son las mismas debilidades humanas con las que deben luchar interiormente para no dejarse seducir por ellas y he de confesar que a mi alma podrida del siglo XXI, tanta buena voluntad le resultó exageradamente cansado, el personaje de Beth que es toda bondad, definitivamente no fue mi hermana favorita, hubo eventos en la historia que era inevitable no reírse de lo ridículo que resultaban, y muchas veces tenía que repetirme –eran otros tiempos- y anotarlo en el libro para no azotarlo contra la pared ante comentarios de las hermanas como “aguantaré como un hombre”.
El título del libro hace referencia a la forma en que el Sr. March le decía a sus hijas de cariño “mis mujercitas” o “mis pequeñas mujercitas”, pero llegó un momento, sobre todo cuando ellas ya eran mayores en donde la repetición de este apodo se leía desvalorizante, hablo en específico de un personaje al que terminé odiando y ese fue John Brooke, el marido de Meg.
No me voy a poner en plan, Meg era una santa, pero que molesto es leer que las mujeres debían servir a sus maridos, y que estos debían enseñarle a comportarse como una buena esposa o que el esposo tuviera que pasar sus tardes en casa de alguien más porque el ambiente del hogar era muy tenso, todo y más protagonizado por John, aunque el sermón de la señora March nos haya tranquilizado a todos.
Así como a veces tenía que respirar profundo y contextualizar lo que estaba leyendo, muchas otras veces me sorprendieron los discursos, que justo por haber sido escritos hace siglo y medio resultan mucho más valiosos.
Indiscutiblemente –el- personaje de esta historia es Jo, una joven con personalidad fuerte que demuestra su oposición a lo establecido para las mujeres de su tiempo, desde el acortamiento de su nombre de Josephine a Jo, haciéndolo más masculino, hasta su negativa a casarse y formar una familia porque valora su libertad y no tiene prisa por perderla.
Jo no tiene miedo a decir lo que piensa y eso le trae muchos problemas con sus hermanas que buscan a toda costa ser unas damas, no teme ensuciarse si eso le proporciona experiencias y por sobre todo tiene una ambición: ser escritora y vivir de ello. Jo no es perfecta y eso nos encanta.
Pero sin duda el personaje que más me sorprendió fue la Señora March, también conocida como Marmee, una mujer que siempre tiene las mejores enseñanzas para sus hijas, que respeta y motiva la manera de ser de cada una, pero entre sus consejos siempre se esconden grandes reflexiones sobre la mujer, algunas un poco anticuadas para nuestra era, pero otras sumamente relevantes, como cuando le dice a Meg que no se esconda, que se eduque y aprenda para estar enterada de lo que acontece a su alrededor porque le afecta a ella y a sus seres queridos.
Originalmente la novela terminaría con el compromiso de Meg, pero fue tal el éxito y la presión de los fanáticos que Alcott tuvo que escribir una segunda parte “Aquellas mujercitas”, hoy únicamente conocidas como parte 1 y 2, algo que agradezco porque el final de la primera queda bastante abierto.
Sin embargo, es en la segunda parte donde a pesar de conocer el destino de Jo y Laurie lo sufrí igual que si no hubiera sabido nada, y aquí para mí es necesario desahogar que me parece terrible que después de estar tanto tiempo enamorado de Jo, terminé con su hermana ¡su hermana!, perdón, lo desapruebo totalmente, además Amy nunca me gustó.
Hubo dos cosas en el estilo de redacción que me gustaron de esta novela; por un lado, aunque existe continuidad en las aventuras de las hermanas March, cada capítulo se puede leer como una pequeña historia con su moraleja final, lo cual es muy conveniente para aquellos que quieran compartir esta lectura con niños; por otro lado, el narrador, especialmente en las partes en que parece poner la escena que está describiendo en pausa, para dirigirse directamente al lector, rompiendo la cuarta pared como le dirían en el teatro y el cine.
Si te gustan los clásicos, creo que es un libro que al menos se debería de leer una vez en la vida, yo en lo personal, no lo considero mi favorito y tampoco creo que vaya a contarlo entre mis re lecturas, al menos no en un futuro próximo. Aun así, me dio gusto haberme acercado a este libro, que leí hace muchos años pero que no sabía me faltaba una segunda parte.