Inusual, es el término que más se acerca a la descripción de esta novela de Samantha Schweblin, un libro que tiene guiños de ciencia ficción y distopía, en forma de relatos cortos, algunos auto conclusivos y otros que te dejan en suspenso en varios puntos para llegar al desenlace a cuentagotas, lo dicho, inusual.
De que va.
Los kentukis son unos peluches robotizados en forma de tiernos y llamativos animales que cuestan 279 dólares, y que lo único que tiene que hacer el usuario es conectarlo al cargador y esperar a que haga conexión a un código, que es algo así como el alma del peluche, pero ésta no es automática ni programada, es manejada por otro ser humano, en cualquier parte del mundo que tenga acceso a 279 dólares y un dispositivo inteligente, así pues una persona puede tener o ser un kentuki; una vez que se estableció la conexión, tienes a un peluche persiguiendo y observando a su dueño.
A lo largo de varias narraciones vamos conociendo los puntos de vista de diferentes dueños o almas de kentukis, como es su forma de interactuar y comunicarse entre ellos, esto claro, si es que lo logran pues escuchan, pero no hablan, se ponen reglas, se ayudan o se destruyen según sea la relación que van creando, pero dentro de toda la usabilidad hay una trampa: “una conexión por compra”, es decir para que ambos sigan funcionando el nexo no se debe de romper, de lo contrario las dos tecnologías quedarán deshabilitadas para siempre.
Había algo emocionante y todavía no alcanzaba a entender exactamente que.
#MiHumildeOpinión
De acuerdo, inusual no es la única palabra que me viene a la cabeza, “creepy” es la otra.
Cada una de las historias te da algo en que pensar, lo venden como algo tan “inofensivo” que hay quienes lo utilizan como niñera de sus hijos, como un sustituto de compañía para sus ancianos padres o premio por buenas notas; otros quieren vivir una vida a la que no tienen acceso por alguna discapacidad o hasta por tener demasiado dinero.
Lo peor de todo es que mientras avanzaba en la lectura no podía dejar de pensar en mi propia infancia y los famosos tamagotchi y los furbies (que hasta el día de hoy, insisto que el de mi hermana estaba poseído); la historia puede sonar a cosa del futuro pero la estamos viviendo de otras maneras, la tecnología ha pasado de ser una herramienta a ser tratada como adicción si no se tiene control y la realidad es que no lo tenemos, nada más pensar en el día que dejamos el celular en casa, nos da ansiedad y no importa el tráfico nos regresamos por el, no vaya a ser.
Vale la pena leerlo y cuestionar nuestros propios límites con la tecnología.
Hablemos de la portada.
Me gustó la portada, porque sin ser específica nos “habla” sobre la decisión de ser o tener un kentuki. La fotografía es de Anastasiia Vaninem, (IG: @xutomu), una fotógrafa rusa que también ha colaborado con Vogue.
★★★★☆ Me gustó, lo recomiendo ampliamente.