Se publicó por primera vez hace 36 años, y aún hoy, la situación en la que nos encontramos millones de mujeres alrededor del mundo sigue provocando pesadillas. El cuento de la criada es una historia que incomoda por su desafortunada vigencia.
Otra vez, he fracasado en el intento de satisfacer las expectativas de los demás, que han acabado por convertirse en las mías.
#MiHumildeOpinión
Primero que nada, es importante aclarar que las distopías no son un género sencillo, quizá, aunque no me atrevo a afirmarlo ni a generalizarlo, entre los menos populares de los populares. Es un subgénero de la ciencia ficción, y presenta una sociedad futura en donde existe una deshumanización de la sociedad, provocada por un gobierno totalitario o la intrusión de una tecnología controladora, que busca un pensamiento único y en donde de no seguirse las reglas, se arriesga a la destrucción. Con esto dicho, es verdad que las distopías no son para todos.
En mi vida lectora me he leído algunas y creo que en general las he disfrutado, 1984 es de mis clásicos favoritos y entre las más actuales, Los juegos del hambre. Muy diferentes entre sí, y muchos años de diferencia, pero con algo en común, un personaje que no se termina de adaptar a la norma, un “rebelde”.
¿Y que tienen que ver estas dos historias con El cuento de la criada?, en realidad, muy poco si es que queremos forzar las coincidencias, pero las traigo a colación justo porque me parece importante resaltar, que, a diferencia de las anteriores, esta no es una historia de heroínas, sublevados, y mundos que se reforman, este es el testimonio de una mujer, cualquier mujer que es absorbida por el status quo.
El presidente de Estados Unidos ha sido asesinado y su lugar lo ha tomado un grupo ultraconservador instaurando una sociedad teocrática, es decir que la gestión del Estado queda en manos de un reducido y poderoso grupo controlado por la religión dominante del país, en este caso no sabemos cuál, pero se presume que una cristiana, ya que utilizan la misma biblia; a este territorio se le renombra como la República de Gilead.
Este grupo que toma el poder también está caracterizado por ser exclusivamente masculino, relegando a la mujer a las funciones del hogar, los hijos y el servicio, quedando fuera de cualquier decisión de carácter público, la educación, la vida laboral entre tantos.
Se implementa una especie de sistema de castas, en donde las más afectadas, otra vez, son las mujeres. Se les categoriza, en función de su posición social, edad y la probabilidad de concebir, y se les codifica por el color de su vestimenta, así las Esposas de los comandantes, ósea, las mujeres con mejor posición visten de un virginal azul celeste, las Marthas, mujeres infértiles encargadas de la servidumbre, visten de verde, las Tías, vestidas de café son mujeres post menopáusicas responsables de la educación o más bien, el adiestramiento de las Criadas, ellas, mujeres en edad fértil cuya tarea es engendrar hijos para el Estado, y éstas haciendo referencia a María Magdalena, visten de rojo.
En esta última posición está nuestra protagonista, una mujer en edad reproductiva, que ha sido asignada a la casa de un Comandante, en cuya pareja no se ha podido procrear, desconocemos su verdadero nombre, pero al pertenecer a la casa de Fred, todos la llaman Defred, o más lentamente DE-Fred, es decir que le pertenece a Fred.
Gran parte de lo que les he contado no se desarrolla con detalle en el libro, pero sí en la primera temporada de la adaptación, y está es quizá la única vez en que me “escucharán” decir que les recomiendo ver primero la serie antes de leer el libro, tan sólo la primera temporada o los primeros capítulos, por dos razones, la primera, ayuda mucho visualmente a recrear lo que Margaret Atwood describe y la segunda razón, porque podemos adaptarnos más fácilmente al ritmo de la historia, la voz de la protagonista y la forma en que se cuenta.
¿Es un libro lento? Sí, ¿es un libro aburrido?, no lo fue para mí, pero creo que depende mucho de cada uno, en los dos grupos de club de lectura en donde lo leímos, hubo de toda clase de opiniones, algunas como yo lo amaron, otras lo odiaron, pero se cumplió el objetivo que buscaba que era el debate, porque posiblemente la opinión fuera negativa, pero nunca lo fue por la forma de escribir o los temas que toca, sino más bien en como está estructurada la narración.
Y ya que he mencionado la forma, la historia está contada en primera persona, a través del testimonio de Defred se nos guía en este relato que hace muchos brincos entre el presente, su experiencia como Criada en esta sociedad, el pasado, cómo era su vida de mujer libre antes del golpe de Estado, para entretejer reflexiones y monólogos internos sobre aspectos cotidianos de su día, que pueden parecer anodinos a simple vista, pero que son su ancla a la realidad, que nos demuestra que a pesar de todo, esa mujer que fue no está del todo perdida.
Regresando un poco al tema de la lentitud, esto se debe a dos cosas, primero que hay muchas descripciones de como funciona la sociedad, como fue reconfigurada la ciudad, la dinámica dentro de los hogares, las formas de control, de castigo y por supuesto la vida de las Criadas; lo segundo es que no es una historia en donde haya una guerra que luchar, y por lo tanto no hay mucha acción, aún así, se genera mucha tensión. La parte positiva, si los libros lentos les cuestan trabajo, es que los capítulos son cortos y el lenguaje muy sencillo.
Hay dos momentos en el libro uno que no llama mucho la atención y otro que se sienten de más, pero ambos son importantes para entender toda la historia; en la introducción, es la misma Margaret Atwood quien profundiza en algunos detalles que no se detallan en la narración, en como has sido su experiencia con las adaptaciones que se han hecho, y como su crecimiento en la post guerra, y su experiencia viviendo en Berlín en plena guerra fría, la llevaron a inspirarse y crear esta historia, una que, aunque no existía (y hoy tampoco) era muy posible (y hoy también).
Esto último, no sólo enfocado a las protagonistas de la novela, las mujeres, sino al mal uso de la religión, a la mala combinación de ésta con la política, el control total y al fanatismo de cualquier índole.
Atwood menciona que esta novela está creada de pedacitos de historia universal que sientan un precedente de realidad, lo que ocurre en la novela ya ha ocurrido de alguna forma en el pasado, en algún lugar del mundo.
Y conforme avanzamos en la lectura, nos damos cuenta de todo lo que sigue sucediendo. Uno de los ejemplos más claros, más actuales y que más nos remiten a la novela, es la reciente situación de Afganistán, y la toma del país por parte de los talibanes, en donde para las mujeres fue eliminado el derecho a la educación, a la independencia económica, el uso de un único estilo de ropa, que además de mimetizarlas y despersonalizarlas, limita sus movimientos y por lo tanto su libertad; se les confinó a las paredes de su casa y a la voluntad del hombre más cercano en su familia. Nadie se hubiera imaginado en Afganistán de los años 60 que eso era posible, hubiera sido tan irreal como El cuento de la criada.
Pero no necesitamos irnos tan lejos para ver retazos de nuestra historia en esta distopía, la censura, los asesinatos de periodistas, los matrimonios forzados, son un tema recurrente en toda América Latina.
Casi al finalizar el libro, hay una parte que se llama Notas históricas que dejó a muchas con la sensación de que era innecesaria, o con más dudas que al principio. Sin ahondar mucho en ella, porque echaría a perder buena parte de la narración, a modo de conferencia en un futuro lejano a la historia de Defred, explican como llegaron a su crónica, como si fueran las reliquias de una antigua civilización legitimando la idea de una historia verídica.
Quizá la reflexión que más asiduamente se presenta a lo largo del libro, es el valor que se le da a la mujer. Porque no importa su posición, todas son evaluadas y catalogadas por su capacidad reproductiva, son únicamente vasijas portadoras de vida, que sin esta cualidad son un fracaso para la sociedad, el género femenino y la humanidad. Y aquellas que logran darle hijos al Estado cuando naturalmente pierden esta capacidad, son desechadas.
Utilizan el matrimonio, la virginidad y la maternidad como algo aspiracional, como el único logro al que pueden acceder en un mundo en el que no existen otras posibilidades, porque de presentarse, son inmediatamente juzgadas de obscenas, prohibidas y castigadas.
Sin importar su nivel en la sociedad, todas serán humilladas de alguna forma. Las esposas, aunque se beneficien de una mejor clase, tendrán que soportar que sus esposos engendren hijos con otras (y ni les cuento de como es la ceremonia), y las criadas de ser violadas, por cada uno de los comandantes con los que les toque vivir.
En esta parte de su historia, la llaman Defred, pero quizá también fue Dejake, Deben, Demario, Dejuan, Deoscar…porque no importa quienes son ellas, qué quieren, qué anhelan, importa su útero y lo que pueden producir.
Pero ¿no es incluso todo lo anterior algo que seguimos viendo en mayor o menor medida, en culturas desarrolladas o subdesarrolladas en este 2021?
Es inevitable no recordar que hay otras culturas en las que se acostumbra a eliminar el apellido de la esposa, para tomar el del marido, ahora es algo voluntario, no siempre lo fue; hay países también, en donde el apellido del padre es el único que se toma en cuenta oficialmente. Y para mí que no vivo esa tradición, siempre ha sido extraño pensarme en esa posición, quitarme el apellido o que no se tomara en cuenta el de mi mamá, es como borrar lo que soy, o parte. Y así como yo observo esto, habrá muchas otras cosas que yo hago por inercia, que otros noten las similitudes con la historia.
Pero ahí no termina todo lo que podríamos hablar de este libro, la falta de empatía y sororidad que nos atormenta como grupo, el conocimiento y la palabra como herramienta de poder, la culpabilización de las víctimas, el placer en general como una indecencia, el abuso de poder, la corrupción… pero aquí me detengo.
Las distopías son complicadas, pero al crear caos en una sociedad ficticia, podemos observar el montón de errores que se cometieron para llegar a ese punto de catástrofe, y observar el camino que llevamos recorrido y en qué punto de la historia nos encontramos nosotros.
Puede ser desesperanzador, deprimirnos o incitar a movernos, a cuestionar más nuestras decisiones o lo que consideramos normal, porque retomando una de las frases que se menciona en este libro “Lo normal, decía Tía Lydia, es aquello a lo que te acostumbras” ¿A qué estamos dispuestos a acostumbrarnos?